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Marión Garín
Sommelier de Té y Tea Blender certificada por Tea Institute Latinoamérica y El Club del Té.
Con instrucción en la Ceremonia Japonesa del Té, otorgada por MOA Chile.
Asesora para la marca Kombuchacha y miembro del Equipo de Colaboradores de Tea Institute Latinoamérica.
Marión Garín
Sommelier de Té y Tea Blender certificada por Tea Institute Latinoamérica y El Club del Té.
Con instrucción en la Ceremonia Japonesa del Té, otorgada por MOA Chile.
Asesora para la marca Kombuchacha y miembro del Equipo de Colaboradores de Tea Institute Latinoamérica.
La taza de Pandora
Tal como Pandora abrió la caja en el clásico mito griego, liberando los males del mundo, a veces indagar en el contenido de nuestra taza de té cotidiana puede enfrentarnos a verdades bastante incómodas.
Uno de los aspectos que más aprecio de la cultura del té es que ha sido testigo de nuestra historia desde hace más de 5000 años. Y es que esta infusión ha estado ligada a momentos brillantes del devenir humano, tales como avances en agricultura, descubrimientos botánicos, desarrollo tecnológico y económico, así como inspiración estética y literaria. Pero también se ha visto implicada en episodios oscuros donde lamentablemente el hombre no ha estado a la altura de la nobleza del producto que cultiva.
A fines de febrero, la liberación de una investigación periodística de BBC Africa Eye y Panorama realizada en algunas plantaciones de té de Kenia reveló una cruda verdad: que más de 70 trabajadoras de dichos jardines habían denunciado ser víctimas de violencia sexual por parte de sus supervisores, permaneciendo aquellas situaciones en completa impunidad. La indagación se plasmó en el documental “Sex for work: the true cost of our tea”, disponible actualmente en la plataforma Youtube. En él, seguimos el trabajo encubierto de un equipo que analiza las condiciones laborales de mujeres que trabajan en plantaciones locales (algunas de ellas proveedoras de té para grandes y consolidadas marcas del Reino Unido) y que se han visto sometidas a dichas prácticas vulneratorias de manera continua -y casi institucionalizada- por parte de sus superiores.
La noticia es impactante, porque no solemos asociar la apacible infusión de la Camellia Sinensis con situaciones como esta. Sin embargo, la realidad de su cultivo no está exenta de cuestionamientos, en especial en países de herencia colonial.
La recolección de las hojas de té es en general una actividad no calificada que puede ser ejecutada por personas sin instrucción especializada. Por lo mismo, la Organización de Naciones Unidas ha reconocido que la industria del té contribuye a la lucha contra el hambre, al desarrollo de las comunidades rurales, y en especial, al empoderamiento de mujeres que salen a trabajar para complementar los exiguos ingresos de su núcleo familiar, en sociedades de profunda desigualdad distributiva.
El problema pareciera presentarse en países de legislación laboral laxa y una cultura que normaliza la violencia de género, por lo que no es extraño encontrar en ellos casos de explotación humana sistemática. Las mujeres del rubro del té son así expuestas a condiciones ambientales insalubres, alimentación deficiente, remuneraciones ínfimas y, por si fuera poco, en casos como el documental mencionado, a prácticas de agresión sexual debido a la gran vulnerabilidad en que se encuentran.
De esta manera, el triunfo social que implica que la producción de té democratice el empleo se ve empañado por la falta de fiscalización de condiciones de trabajo dignas. Y esta falta de fiscalización proviene tanto del sector público como del privado, pues a lo largo de los años investigaciones transversales han revelado que la administración de las plantaciones pareciera hacer vista gorda ante este abuso normalizado, particularmente en países como Kenia, India y Sri Lanka.
Las causas de este problema han sido objeto de análisis académico constante y su exploración es útil para definir estrategias correctivas a largo plazo. Pero en el corto plazo a veces pareciera que tenemos pocas herramientas de intervención. Es cierto que en este mundo de cadenas de suministro largas y difusas puede ser difícil pesquisar situaciones aberrantes como la descrita en el documental. Pero eso no debería detenernos. Pienso que como consumidores que valoramos la riqueza de la cultura del té (que es, finalmente, la riqueza de la cultura humana misma) tenemos el derecho - y el deber, si se quiere - de pedir cuentas a nuestros proveedores sobre sus fuentes de abastecimiento. De esta forma, evitaremos considerar la explotación laboral como el daño colateral necesario para seguir disfrutando de nuestra taza de té cotidiana, taza que, cual caja de Pandora, de vez en cuando nos revela lo que nadie quiere ver.
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