• Rafael

    Rafael Rincón

    Gestor cultural y empresario gastronómico.
    Cofundador y socio de Foodies Chile.
    Cofundador y CEO de Ñam.
    Cofundador y presidente de la Fundación Gastronomía Social.
    Miembro de Social Gastronomy Movement

Enredados

Necesitamos ver y ser vistos, ser validados socialmente nos entrega endorfinas, sin duda, porque sobrevivimos con ello. El tema que me estremece es ver cómo la superficialidad llegó a nuestras vidas para quedarse, sin que pongamos remedio a ello.


Aristóteles lo puso en la mesa: “El hombre es un ser social por naturaleza, ya que necesita de los otros para sobrevivir”. Necesitamos ver y ser vistos, ser validados socialmente nos entrega endorfinas, sin duda, porque sobrevivimos con ello. El tema que me estremece es ver cómo la superficialidad llegó a nuestras vidas para quedarse, sin que pongamos remedio a ello.

Viviendo los tiempos que vivimos, con las herramientas que tenemos, decidimos enredarnos en lugar de conectarnos. Decidimos juzgar sin reflexionar primero, o al menos contrastar. Decidimos ser peones en un tablero burlesco que manipula nuestro devenir. Tomamos el rumbo de no tejer redes virtuosas que nos ayuden a colaborar, a conectarnos y a buscar asociatividad humana para enfrentar los desafíos de esta maravillosa odisea que es vivir. En lugar de ello nos embarcamos gratuitamente en la cobardía, la inmediatez, la hipocresía y el desamor, vivir enredados al fin y al cabo.

¿Qué no quiero saber? Una pregunta que al responderla puede enfrentarnos a nuestro yo desnudo, ese que se acuesta con nosotros, nos acompaña a pesar de los pesares y nos muestra la verdad más cruda, la que a menudo nos puede no gustar. Pero debemos estar tranquilos, ya que tenemos el paraíso de las redes sociales para abrigarnos y escondernos en sus cálidas huestes, seductoras e idílicas redes al alcance de la mano de todos. Y así nos va, aparentando felicidad sin tenerla, dando bombo al ego más ruin y miserable. Posteando y posteando, buscando ser validados porque tenemos que sobrevivir. Regalando cuatro horas de nuestra vida diaria, sí, cuatro, a la red que nos enreda y nos devuelve pildoritas insulsas a cambio de tan preciado tesoro.

Dentro de este crucial, vital y extraordinario proceso que estamos viviendo en Chile,  veo a mi alrededor una pandemia que parece no tener fin, que es silenciosa y por supuesto camaleónica, capaz de contagiar la bondad humana y convertirnos en lobos de nosotros mismos. Veo a mi alrededor a jueces autoproclamados, infalibles y soberbios, que dictan sentencia tras escuchar el alegato de ese mentiroso fiscal llamado “redes sociales”. Un seductor y galán que miente sin temer a nada…peligroso, muy peligroso. Un fiscal implacable, con eficiencia tan alta de éxito ante el juez que ya casi es incuestionable. Recibimos de manera desmedida tanta información de él, que ya no la filtramos y creemos a ojos cerrados.

Pero hay otra red que me ilusiona y aumenta mi optimismo siempre, que hace que, dentro de este tremendo lío en el que nos hemos metido, pueda respirar y entender el mensaje aristotélico que dio partida a este pensamiento escrito. Esa red es la gastronomía social, espacio realmente humano que busca la sociabilidad de manera virtuosa y nos acerca como se debe, con alegría, optimismo, y sobre todo, con humanidad, donde los valores que se comparten tienen que ver con asuntos que se escapan del ámbito vicioso y enredado del cotidiano vivir, que busca el bien común en lugar del interés propio.

Esa gastronomía es mi red social que ayuda, sostiene, que entrega ante todo incondicionalidad y tiene un espacio sagrado, la mesa, en lugar del teléfono o el computador, una red pensada para conectarse sin importar ideologías, razas o economías, que no necesita de un idioma oficial y nos puede transportar a espacios de encuentro sinceros, donde las más bellas historias son narradas.

Fue creada para colaborar, donde uno más uno es igual a tres, desafiándonos todo el rato a salir a nuestra caja ególatra de confort, un espacio que nos sorprende de manera continua, ya que al dejar las convicciones exitistas de lado nos entrega el regalo de descubrir en los otros las luces que nos llevan a la supervivencia.

Esta cadena es tan alucinante que nos permite asociarnos etimológicamente a través  de la “unión de personas para colaborar en una obra”, de manera tan deliciosa que no tiene comparación con ninguna otra.

Así que, querido lector, ya sabe en qué red encontrarme.

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Gastronomía - Rafael Rincón




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