El destierro de la otrora normalidad
En estos días hay una frase que se escucha frecuentemente en todo el mundo y que representa, según mi criterio, uno de los anhelos más grandes del ser humano: regresar a la normalidad.
En estos días hay una frase que se escucha frecuentemente en todo el mundo y que representa, según mi criterio, uno de los anhelos más grandes del ser humano: regresar a la normalidad.
Me llama la atención las dos palabras que la componen: regresar y normalidad. Veamos que nos dice la Real Academia de la Lengua Española sobre lo que significan estas palabras:
Regresar: ir al lugar de donde se ha salido.
Normalidad: Cualidad de lo que se ajusta a cierta norma o a características habituales o corrientes, sin exceder ni adolecer.
Entonces podemos traducir este regreso a la normalidad como: regresar al lugar o situación que se ajustaba a ciertas normas o características habituales, es decir a lo ya conocido, a lo ya vivido, a las rutinas, hábitos, conductas repetitivas que teníamos y al ser conocido lo podíamos valorar o que es bueno o malo (juicios de valor) o lo verdadero y falso (creencias).
¿Y por qué casi todos los seres humanos lo estamos anhelando? Pues es simple, preferimos, como dice el refrán “malo conocido que bueno por conocer”. Esta preferencia tiene su base en la función básica de nuestros cerebros, el órgano más importante del ser humano: garantizar nuestra sobrevivencia alejándonos del peligro y acercándonos al placer.
Lo desconocido es un escenario muy temeroso para el cerebro, pues no le brinda herramientas para tomar decisiones adecuadas que garanticen su primordial función de protegernos. Es un terreno estéril y por lo tanto no quiere verse en este.
Como ya expliqué en otros podcasts y artículos que he escrito, nuestro cerebro utiliza las experiencias pasadas almacenadas en nuestras vidas, como sistemas de referencias para evaluar en peligro y beneficios todos los estímulos que nos rodean, por lo tanto entrar en un escenario que nunca antes nadie ha vivido, significa no tener ningún sistema de referencias ni propios ni de otros (lo que no he vivido, pero me han contado) y esto nos genera miedo.
Lo más interesante a preguntarnos es si realmente regresaremos al mismo espacio que dejamos antes de este confinamiento y siento decirles que, aún por mucho que anhelemos, no será el mismo, por el simple hecho que estaremos frente a estímulos diferentes, como por ejemplo rostros cubiertos por mascarillas; marcas en el piso para saber dónde debemos pararnos ya que nuestro espacio se definirá de manera diferente; sonidos de personas tosiendo o estornudando que antes eran rutinarios ahora estarán en el centro de nuestro foco atencional; mayor atención a lo que toco o no toco, a las distancias entre los seres humanos o simplemente a la imposibilidad de manifestar mi afecto a través de un abrazo o dejar de ver una sonrisa en la calle, entre muchas alteraciones a nuestra vida diaria. Sin embargo, seguimos pensando en la normalidad y nos aferramos a ella, no desaparece de nuestro discurso, de nuestros pensamientos.
No vamos a regresar a la normalidad, vamos a avanzar a un nuevo mundo en el cuál crearemos nuevas normas que se harán habituales, cotidianas hasta que se conviertan en nuestra nueva normalidad, pues el ser humano se caracteriza por su adaptabilidad, capacidad que le ha permitido sobrevivir desde los primeros momentos de su creación y que tiene su base en la neuroplasticidad de nuestros cerebros.
Por otro lado, ninguno de nosotros seremos los mismos que éramos antes del inicio del confinamiento, nuestras mentes han cambiado, aún sin darnos cuenta de alguna manera nuestra psiquis ha sido afectada por esta situación, por lo que, sin considerar los cambios del escenario anterior, seríamos observadores diferentes.