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Marión Garín
Sommelier de Té y Tea Blender certificada por Tea Institute Latinoamérica y El Club del Té.
Con instrucción en la Ceremonia Japonesa del Té, otorgada por MOA Chile.
Asesora para la marca Kombuchacha y miembro del Equipo de Colaboradores de Tea Institute Latinoamérica.
Marión Garín
Sommelier de Té y Tea Blender certificada por Tea Institute Latinoamérica y El Club del Té.
Con instrucción en la Ceremonia Japonesa del Té, otorgada por MOA Chile.
Asesora para la marca Kombuchacha y miembro del Equipo de Colaboradores de Tea Institute Latinoamérica.
Pensar fuera de la caja
El concepto de “iced tea” va de la mano con la versatilidad de la infusión de la Camellia Sinensis, pero también con una curiosa historia de innovación que remarca la importancia de nuestra capacidad adaptativa al momento de emprender
Es verano en nuestro hemisferio y el aumento de la temperatura hace necesario reemplazar las cotidianas y humeantes tazas de té por algo más fresco. Por ello, no es extraño que el “iced tea” sea tendencia entre los aficionados a esta infusión. Aquella expresión inglesa se traduce simplemente como “té helado” y consiste precisamente en eso: té frío, acompañado muchas veces de abundantes cubos de hielo y trozos de frutas, especialmente rodajas de cítricos.
Sin embargo, esta sencilla preparación tuvo un debut público bastante llamativo, demostrando una vez más que la capacidad adaptativa es una habilidad fundamental para la supervivencia en un mundo que está en constante cambio, especialmente si se es comerciante.
El salto a la fama del “iced tea” está ligado a la feria denominada Louisiana Purchase Exposition, conocida comúnmente como Exposición Universal de Saint Louis. Este mega evento internacional tuvo lugar en el año 1904 en Missouri, Estados Unidos, y buscó difundir los adelantos industriales, comerciales y tecnológicos de la época, constituyendo además una muestra de las diversas culturas del mundo. Implicó un despliegue enorme de infraestructura, repartida en más de 500 hectáreas; y recibió cerca de 20 millones de visitantes, quienes recorrieron con asombro sus instalaciones entre el 30 de abril y el 1 de diciembre de dicho año.
Entre quienes exhibían allí sus productos se encontraba un comerciante dueño de una plantación de té llamado Richard Blechynden, cuyo plan original era vender té caliente a los visitantes. Sin embargo, el calor que golpeó el lugar por aquellos días desanimó a cualquier posible cliente. Desesperado, decidió entonces conseguir hielo y lo añadió a la infusión, transformándola en una bebida fría. Su éxito fue tan rotundo, que la historia del té reconoce dicha instancia como el punto de partida de la masificación de la cultura del “iced tea” en Estados Unidos.
No obstante, como en realidad “no hay nada nuevo bajo el sol”, debe aclararse que esta no fue la primera vez en que se preparó té helado en el mundo. Hay registros de menciones previas en libros de cocina norteamericanos del siglo XIX, como “The Buckeye Cookbook” (1876) y “Housekeeping in Old Virginia” (1879). En este último, se describe una receta que contiene té verde infusionado por varias horas y mezclado luego con hielo, azúcar y jugo de limón. Dicho libro es una recopilación de recetas de amas de casa de Virginia, lo que indica que el té helado ya constituía parte del repertorio colectivo en el sur del país en ese entonces, aunque no siempre se le añadía hielo pues no era un elemento de acceso masivo en aquella época.
De todas maneras, independientemente del momento exacto en que nació el iced tea, lo cierto es que la Feria Universal de Saint Louis fue una verdadera vitrina que permitió su popularización. Tanto así, que hoy en día es la principal forma de consumo de té en los Estados Unidos.
En cuanto a su preparación, existen varios caminos. El primero consiste en infusionar el té tal como cuando se emplea la modalidad caliente, con la diferencia de que el líquido debe después enfriarse. Otra opción consiste en remojar las hojas en agua fría por alrededor de 6 horas, lo que se conoce como estilo “cold brew” y tiene la ventaja de provocar una extracción lenta de componentes, generando una bebida sin astringencia. Una tercera vía implica la creación de un concentrado de té caliente que posteriormente será vertido sobre abundante hielo. Finalmente, en todos estos casos el líquido puede ser endulzado a gusto y combinado con trozos de frutas o flores aromáticas como rosas o lavanda, ganando atractivo visual al ser presentado en grandes jarras de vidrio.
Pareciera difícil que en nuestro país llegue a prevalecer este estilo de preparación por sobre la bebida caliente, pero quién sabe. Después de todo, la globalización y la tecnología han establecido puentes de influencia cultural entre lugares muy distantes del planeta, por lo que bien pudiéramos ver aumentar esta forma de consumo en el futuro.
La historia del té siempre nos deja enseñanzas, porque va estrechamente ligada al desarrollo cotidiano del quehacer humano. En este caso, nos insta a “pensar fuera de la caja”, y dejar espacio a la experimentación para resolver problemas y dar nuevos usos a productos tradicionales. La versatilidad del té sin duda hace esto posible, tal como sucedió aquella vez en que el desesperado comerciante innovó para salvar el stock del día, sin notar que una cultura entera lo estaba observando.
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