HOTEL MAGNOLIA
Cuna de un trabajo de restauración reconocido por el Prix Versailles, premio que entrega Unesco a hoteles y restaurantes, cuya arquitectura se considera un aporte a la cultura, este lugar vinculado a la intelectualidad chilena de la primera mitad del siglo XX invita a disfrutar en el centro de Santiago, hospedándose en un entorno que combina el valor de tiempos pasados con lo contemporáneo.
UN MAGNOLIO crece en la vereda junto al número 539 de calle Huérfanos, justo frente a la entrada de una casona estilo neogótico. El árbol da nombre al hotel boutique que esta mansión patrimonial acoge desde hace poco más de un año, y la palabra magnolia se lee sutilmente en repetidas ocasiones dentro de la propiedad, en el mobiliario, en espejos, en los detalles, siempre junto a un diseño que evoca a los grandes pétalos de la flor del árbol.
El hotel hospeda principalmente a extranjeros. Suelen preferirlo norteamericanos, europeos y pasajeros que, en general, valoran la estadía en el centro capitalino, y espacios capaces de vincularse respetuosamente con la historia y la modernidad. Consuelo Pfeng, gerente comercial de Magnolia, comenta el destacado servicio que poseen: “Es lo distintivo. Al no ser una cadena, tenemos la flexibilidad de poder ajustarnos de manera más fácil”.
¿Cómo surge este espacio? Hotel Magnolia funciona en una casona de 1929, diseñada por el arquitecto Eduardo Costabal. De ser una residencia particular de la familia Zegers, donde se desarrolló un activo debate político e intelectual en la primera mitad del siglo XX, años más tarde pasó a convertirse en un espacio para oficinas comerciales, luego en estudio de abogados, para posteriormente quedar abandonado. En 2010 la propiedad fue adquirida por un holding familiar que, dado el diseño y arquitectura, siempre contempló que aquella inversión debía destinarse a un hotel.
Al tratarse de un edificio de conservación patrimonial, el proceso de restauración fue lento, cada cambio requirió autorización. En ese marco, aun cuando hubo importantes modificaciones para integrar elementos modernos, y hacerlo un lugar suficientemente agradable y cómodo para los huéspedes, se quiso mantener la estética, y sobre todo, la esencia propia del edificio. El propósito era convertirse en un referente de cómo deben mantenerse los inmuebles de valor patrimonial. “Nuestro eslogan es ‘Todo vuelve al centro’, entendiendo que acá está el casco histórico y que de esta zona surge el boom cultural, artístico y gastronómico de la capital. Es mostrar un Chile distinto del que está en otras zonas de Santiago”, explica Consuelo.
Las tareas de remodelación que se extendieron por cerca de tres años, estuvieron a cargo de Cazú Zegers, elegida por su trayectoria y trabajo de excelencia en cada proyecto donde participa. Una de las colaboradoras habituales de la arquitecta, Carolina del Piano, se encargó del interiorismo, área en la que se decidió mostrar detalles de la estructura original, gastando las paredes, por ejemplo, para que luciera el ladrillo ajado y entregara la sensación de trascendencia al lugar. Se optó también por rescatar puertas y vitraux, y mantener la escala que lleva hasta los tres pisos de la casa original. Todos los bronces debieron instalarse nuevos, lo mismo el piso de mármol, pero la estructura curva se mantuvo intacta. El piso de la primera planta se reemplazó por piezas de mármol blanco y negro, en tanto la madera original que cubría suelos se usó como revestimiento para los muros de los pasillos de plantas superiores, atractiva mezcla entre lo nuevo y antiguo, diseño contemporáneo y sustentable.
Procurando no superar la altura de los demás edificios de calle Huérfanos, a los tres pisos originales de la casa se sumaron tres más para llegar a 42 habitaciones. El acceso a los nuevos espacios requirió dos escalas más y dos ascensores.
En un delicado trabajo estético, se optó por sistemas de tragaluz en diferentes espacios, incluyendo puentes de vidrio en pasillos y también en la azotea. Más de 300 fotografías del edificio original, mostrando acceso principal, ventanas y puertas, se ubicaron en cuidada posición dentro de habitaciones, restaurante y zonas comunes. Cada detalle fue aportando para que la Unesco pusiera los ojos en esta labor, entregándoles el Prix Versailles para Sudamérica y el Caribe, por su diseño interior y exterior en la categoría boutique de hoteles y restaurantes. “Fuimos segundos a nivel mundial”, destaca la gerente comercial de Magnolia, quien agrega que lo que busca este premio es dar renombre a arquitectos y sus respectivos equipos, cuyo trabajo aporte a la cultura y sociedad de sus países.
ESTO ES CHILE
Las 42 habitaciones de Magnolia están equipadas con todas las comodidades propias de un hotel de alto estándar: internet, televisión, cafetera, caja de seguridad, frigobar, etc. Hay 37 habitaciones tipo estándar, denominadas Superior, con cerca de 25 m2. El resto son llamadas Junior Suite, las preferidas de quienes se hospedan por varios días, pues tienen 40 m2 y sala de estar. Todas presentan una distribución distinta, y detalles que procuran comunicar que no sólo se está en un lugar de valor patrimonial – eso ocurre en diferentes lugares del mundo –. Aquí lo que se pretende contar es que se está en Chile. Una de las fórmulas elegidas fue revestir completa o parcialmente las habitaciones con madera de eucalipto, entregando la sensación de encontrarse en un refugio que perfectamente podría ser del sur del país y que, además, aísla del ruido propio del centro de Santiago. Otra vía fue elaborar con manos de artistas chilenos cada lavamanos y respaldo de cama. En estos últimos, serigrafías evocan motivos locales, como la cordillera de los Andes, la palma chilena o la loica.
COMPARTIR LECTURA
En el primer piso de Magnolia, una biblioteca con libros nuevos y usados traslada a la intelectualidad y ambiente de creatividad que primaba en el centro de la capital, durante las primeras décadas del siglo XX. “Es un espacio que sirve para que los pasajeros trabajen, pero también se ha dado para cosas muy entretenidas. Por ejemplo, grabaron un programa de la televisión brasilera, y gente de afuera puede entrar a leer, tomarse un café”, comenta Consuelo.
Aquí los libros se prestan sin un protocolo específico, el objetivo es, simplemente, compartirlos. Una idea que se está replicando en varios hoteles del mundo, y para seguirla, en Magnolia destinaron un lugar amplio junto a una sala de estar donde se conserva la estructura de una chimenea de mármol. Allí los pasajeros tienen una buena excusa para descansar.
La primera planta también acoge el bar del hotel, donde aparte de coctelería tradicional hay alternativas propias, como Pisco sour de eucalipto, Martini carménère y Martini de café.
Otros espacios comunes son el gimnasio del segundo piso y las salas de evento, una para 30 personas y otra de directorio para diez personas.
LA COCINA DE MAGNOLIA
Sus sabores se disfrutan en el primer y último nivel del hotel. El séptimo piso es, en rigor, la azotea del edificio, una terraza abierta a público general, con vista al cerro Santa Lucía y la cordillera de los Andes. Ahí se paladea una carta de tapas y parilla.
En la primera planta está el comedor principal, un restaurante también abierto para huéspedes y público general, con capacidad para 40 personas y varios espacios, entre estos, una terraza techada con vidrio e instalada en el antiguo patio interior de la casona, un pequeño oasis plagado de plantas y muros de espejo, donde las mesas de cubierta de mármol se mezclan con sillas de madera y diseño contemporáneo.
A cargo de las cocinas de Magnolia está Claudio Zúñiga, chef formado en el colegio técnico Enrique Bernstein, en Paine, cuya carrera comenzó a los 15 años, cuando parte de sus clases eran en la cocina del Hotel Plaza San Francisco. Los siguientes años trabajó en Valle Nevado, alternando temporadas en Andorra. Gracias a que estuvo en el centro de Europa, conoció de cerca la gastronomía internacional. En Atton Hoteles – donde laboró nueve años – participó en dos aperturas, fue chef ejecutivo y luego corporativo.
Como integrante de Les Toques Blanches, Zúñiga aprendió a valorar aún más la cocina chilena, y cuando surgió la oportunidad de integrarse a Magnolia, donde la oferta incluía permiso para desarrollar una cocina propia, el chef comenzó un trabajo de carta que tomó en cuenta eso, que derivó en un sistema de menú que hoy funciona de lunes a domingo, el cual contempla tres tiempos y un bebestible ($18.900), con cinco opciones para entrada, fondo y postre, las que varían semana a semana, sin repetir ningún plato.
Se trata de una cocina estilo chileno y latinoamericano, en la que se puede encontrar milcao, quínoa, cordero, mucho pescado y marisco. De vez en cuando también hay semanas temáticas. Por ejemplo, con pasta preparada en vivo, sopas o ceviche, incluyendo opción vegetariana.
Claudio Zúñiga explica también que incorporan productos fermentados, con la intención de potenciar sabores ya conocidos. Otros detalles que permiten acabar de entender su propuesta, son el uso de ingredientes chilenos, frescos y de estación, aprovechando la cercanía del Mercado Central de Santiago y La Vega: “Cada semana vamos a elegir ahí los productos del menú. Y si se trata de insumos, todo se prepara acá. Eso realza los sabores, y permite crear diversidad para mostrar productos en otra dimensión. Preparamos, por ejemplo, vinagre de albahaca, limón encurtido, pan de masa madre y mermeladas, y en verano, cerveza de jengibre y cúrcuma”.
- Hotel Magnolia
- Huérfanos 539, Santiago
- Teléfono: (+56-2) 2664 4043
- info@hotelmagnolia.cl
- https://hotelmagnolia.cl/
- Etiquetas: Gastronomía - Hotelería