EL BARCO DE DON GAVIOTA
El Barco de don Gaviota
CARABELA EN RECOLETA LLEVA LOS PESCADOS A OTRO NIVEL
• UNA PICADA DE EL ROBLE, TRAS DOS DÉCADAS, SE AMPLÍA CON UN GRAN RESTAURANTE. LA CAUSA: CADA FIN DE SEMANA TIENE FILAS DE CONOCEDORES QUE ESPERAN SE DESOCUPE UNA MESA. LAS RAZONES VAN EN EL TEXTO…
HAY UN BARCO ENCALLADO EN PLENA RECOLETA, tres cuadras al oriente por la misma avenida de las famosas Pipas de Einstein, santuario del vino pipeño. Una carabela como las que usaron hace cinco siglos Cristóbal Colón y el portugués Vasco da Gama, para dar la primera vuelta al mundo. Sin velas ni mástiles pero con su maderamen, entrepuentes y jarcias, la rueda del timón intacta, un muy apetitoso cargamento y una irrenunciable ansia de ir siempre más allá. Se llama El Barco de Don Gaviota, que sin duda constituye el más creativo de los restaurantes abiertos estos últimos cuatro meses en el sector norte de Santiago.
Esta novedosa nave se origina en un fenómeno poco frecuente: una buena parte de sibaritas capitalinos que buscan pescado más fresco que en muchas caletas costeras, peregrinan todos los fines de semana desde las comunas de pie de monte al original Don Gaviota, picada de El Roble esquina Huanaco. Con resignación oriental, al frío o en el tórrido verano esperan media hora o más en la calle a que se desocupe alguna mesa del pequeño local. El Don Gaviota ha destacado por la fidelidad de un público tan exigente como constante, que no cree en nominaciones, estrellas ni promociones que no tengan como base el testimonio de clientes verdaderos. Ese es uno de los motivos de que se ampliaran a este segundo recinto, El Barco.
¿Cuál es el secreto de esta marisquería, que comenzó con una cocina muy sencilla y tres habitaciones convertidas en comedores, con más voluntad que arte? Simplemente la frescura, calidad de productos, un precio justo y un constante progreso como restaurante.
Un matrimonio de esos chilenos que creen que trabajando duro se consigue todo, Patricia Vargas y Carlos Oyarce, empezó casi de cero. Carlos, ingeniero, era proveedor de pescados y mariscos de grandes restaurantes, y se jugaba la vida por la frescura de los insumos. Partió hace 19 años usando una casita del barrio apenas adaptada, pero con productos de alta calidad, de absoluta frescura, cocinados con sencillez, a punto y a precios muy atractivos. En un principio, con mínima técnica. La gente los descubrió, se volvió adicta y contó a sus amigos, boca a boca, el secreto de la picada.
En más de dos décadas replantearon el local conservando sus méritos, mejoraron recetas y lo decoraron con una atmósfera costera: creció mucho el público, aunque no tanto el espacio.
Se volvió necesario otro local. Carlos (Don Gaviota lo bautizaron los chicos del barrio, que lo vieron una vez con una albacora al hombro) soñaba con tener un barco encallado en Recoleta. No de mentira, sino de auténtico roble, laurel, raulí y pino oregón. Sólido y noble como su comida. Construido en un 80% de real madera y de recia estructura, tanto, que tardó dos años en levantarlo. Una carabela auténtica a escala real, de ocho metros de manga y 40 de eslora, con capacidad para 250 tripulantes. Entretenida de navegar. Con la tranquilidad de que el cabeceo y bamboleo mareadores de los buques no se sienten en lo más mínimo.
En el progreso que no se ve, la tripulación original se enriqueció con jóvenes cocineros con estudios en Inacap y diversos institutos. Al matrimonio Oyarce lo secundan en el día a día sus hijos Sofía, bien entrenada contramaestre, y Carlos Jr., el madrugador encargado de las compras. Junto al primer local de El Roble instalaron un centro de cocina de tecnología de punta, con hornos programables, cocina sous vide y a baja temperatura, equipos profesionales de refrigeración y trabajo, que convirtieron la simpática picada en un restaurante de sólida base técnica culinaria que sabe lo que ofrece. Este crecimiento técnico permite estandarizar el servicio, conservar la misma calidad para una cantidad de clientes mucho mayor, y prudencia en los precios. A lo que añadió asesorías de especialistas que han pulido los trabajos de gestión, de cocina y sala, las recetas, el desplazamiento del personal en el edificio, incorporando lo más nuevo en el trabajo de restaurantes, como mantenedores que no queman ni resecan los alimentos. Sin alardear, la picada subió varios escalones.
Pero, más que prestar oído a descripciones elogiosas, ponga El Barco de Don Gaviota a prueba. Usted que conoce los ceviches que los chefs peruanos sirven en Chile, saboree estos, que también le sacan trote al excelente producto local. Los pulpos del Norte Chico grillados del Barco son imperdibles. Y si va con tiempo, revise la santa bárbara de tragos del navío: entre sus mejores proyectiles se encuentran algunos cocteles especiales, comenzando naturalmente con el Gaviota Sour, una bomba verde en copa de cognac, que aquí lleva vodka como detonante, limón, azúcar y jazmín. En su arsenal incluyen también el Cuban Painkiller, con ron y crema de coco; el Kappa Tropikappa; y el Spiced Lady con gin Ophir. Su contundente lista de proyectiles parte con cognac Courvoiser, Chivas Regal, Etiqueta Negra y champagnes importados. Desde hace varios años también han sumado a sus vinos la frescura del ancestral pipeño, aportado por las Pipas de Einstein del vecindario.
Si gusta de las emociones fuertes, atrévase con los sabores chilenos. El Barco ofrece Piures al matico, alimento de gusto adquirido que requiere muchos ensayos para apreciar en justicia este yodado alimento, que no siempre resulta amor a primera vista. Pero si quiere celebrar serenamente, las bodegas del navío guardan adecuada provisión de langostas thermidor, grilladas suavemente. O al vapor, para gozar su blanca carne. Y contundentes centollas. Su apuesta fija es siempre el jardín de mariscos ($26.430), habitual en restaurantes de frutos del mar, que acá logra una presentación de frescura y sabor que hacen la diferencia.
Todo empieza con una legión de empanadas, que vienen de a cuatro unidades. Desde la de queso, continuando con combinaciones con jaiba, ostión o locos, pulpo o camarón.
Los erizos son un emblema local, y sería lamentable pasarlos por alto. En la temporada correcta hay ostras, locos, y siempre se dispone del contundente mariscal ($8.280) que llena de sonrisas a los navegantes. La lista de pescados es extensa, con congrio dorado, merluza austral, salmón, albacora, atún, corvina, lenguado. Habitualmente ofrecen los escurridizos y sabrosos pescados de roca coquimbanos.
Los postres, tradicionales para el estilo de picada con que comenzó este notable restaurante: celestino, puré de castañas, leche asada. Pero no sólo se le agregó el tiramisú, sino que en la actualidad disponen de un surtido digno de mención. Hay que advertir la presencia de las cotizadas tortas de la galletería Laura R. (o sea, la conocida repostera Laura Rosetti), que han llevado a otro nivel la oferta.
En El Barco de avenida Einstein, con la proa apuntada al norte, se entra por un pasillo central que separa el bar de un comedor. Construida como una carraca o carabela, esas naves con que los navegantes de España y Portugal se repartieron el mundo que faltaba por descubrir. Caminando hasta la popa se encuentra un privado y después la extensa y moderna cocina. El gran comedor con toda la identidad náutica está en el segundo piso, e incluye su propio bar cubierto. Posee una amplia escala y la mesa del capitán. En la popa, una toldilla sirve de terraza. Atrás de la nao se dispone de un sector de juegos infantiles. Porque el barco es definitivamente kid friendly y se convierte en programa de paseo, sin excepciones, para toda la familia el fin de semana. Y aunque el mar es lo suyo, dentro de poco echará a andar parrillas para asar corderos en directo en este patio interior.
En cuanto a servicios higiénicos, esta nave del siglo XVI los llevó a la calidad del presente, incluyendo la atención adecuada para discapacitados. Como estacionamiento dispone de un local vecino, en el 864 de la avenida. Y como siempre ocurre a bordo, las faenas no terminan nunca.
El Barco de Don Gaviota
- Dirección: Av. Einstein 930, Recoleta, Santiago
- Estacionamiento: Av. Einstein 864
- Teléfono: +56 22 457 8563
- Horario: Lunes a Domingo 12:30 a 18:00 hrs.
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